PERSONERÍA JURÍDICA MATRÍCULA 32264
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El futuro del empresario argentino

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Anticipo de su próximo libro
Por Aldo Ferrer*
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A lo largo de la historia, hasta el presente, no existieron ni existen los empresarios sin Estado, ni desarrollo económico sin empresarios. Y cada país muestra su peculiar “densidad nacional”. En su nuevo libro, Aldo Ferrer analiza los futuros desafíos a los que se enfrentarán tanto el Estado como el empresariado argentinos.
El desarrollo económico ocurre, en todo tiempo y lugar, en economías de mercado. Vale decir, en aquellas en que el empresario juega un papel protagónico en la inversión, el cambio técnico y la inserción en la globalización. El empresario, como grupo social, consiste en el conjunto de actores que cuentan con recursos y los organizan, para realizar una ganancia, en el marco de la economía de mercado. No es una categoría homogénea. Abarca multiplicidad de actores, desde las grandes corporaciones hasta las pequeñas, medianas y micro empresas, en los diversos sectores económicos.

No hay ejemplo alguno de desarrollo fuera de la economía de mercado, es decir, sin empresarios. El último intento en gran escala fue la Unión Soviética. En América Latina, Cuba, pese al progreso de sus indicadores sociales y el ejercicio de su soberanía, no ha logrado instalar un modelo de desarrollo sustentable de largo plazo. El extraordinario desarrollo de China comenzó cuando el régimen comunista incluyó un espacio sustancial de economía de mercado. En diversos contextos institucionales estables, el desarrollo siempre se registra en economías de mercado con protagonismo empresario.
Asimismo, el desarrollo invariablemente ocurre abierto al mundo, dentro de un espacio nacional organizado por un Estado capaz de ejercer la soberanía, arbitrar los conflictos sociales, promover la inclusión social, facilitar el despliegue del papel protagónico de los empresarios y ofrecer los bienes públicos esenciales al desarrollo económico y social.
En el capitalismo temprano, en la Europa del Renacimiento, el desarrollo dependía de la habilidad de los herreros y la iniciativa de los comerciantes. Estos fueron los embriones del empresario como grupo social, frecuentemente denominado “burguesía nacional”. Desde el siglo XVI, cuando la actividad comercial trascendió a la esfera transnacional e intercontinental, se instaló el mercantilismo y la alianza entre el Estado y el empresariado. Este último apeló al Estado para proteger su predominio en el mercado interno y respaldar su proyección mundial. La alianza se profundizó con la explosión tecnológica de la Primera Revolución Industrial.
Desde entonces, la motivación de la ganancia se desplegó en el contexto del avance tecnológico, la transformación de la estructura productiva y la expansión al mercado mundial. Las actividades que lideraron el avance tecnológico fueron el caldo de cultivo del empresario innovador.
El apoyo del Estado fue siempre esencial. A lo largo de la historia, hasta el presente, no hay empresarios sin Estado, ni desarrollo económico sin empresarios.

El rol del Estado
La división internacional del trabajo entre países exportadores de manufacturas (el “centro”) y de materias primas (la “periferia”) configuró el protagonismo del empresario en unos y otros. Dada la ausencia de industrialización en la periferia, el empresario se anquilosó en actividades rentísticas, el abuso de posiciones dominantes y en la marginalidad de las actividades de baja productividad. En el mismo escenario, las filiales de empresas extranjeras prevalecieron en las actividades económicas más importantes, incluyendo la explotación de los recursos naturales destinados al mercado mundial. En tales condiciones, no fue posible la existencia de empresarios capaces de incorporar los conocimientos de frontera, transformar la estructura productiva y proyectarse al resto del mundo. Es la situación que prevaleció en Argentina y el resto de América Latina.
Dos factores son esenciales en la construcción de un empresario impulsor de desarrollo. Por una parte, la existencia de un Estado nacional con suficiente autonomía decisoria y, por lo tanto, capacidad de remover los obstáculos planteados por los poderes fácticos, internos y externos, asociados a la estructura preindustrial y al ejercicio de las posiciones dominantes. El Estado tiene que contar con suficiente capacidad regulatoria para defender el interés público, el desarrollo nacional y la soberanía. En Argentina, el Estado neoliberal, que prevaleció entre 1976 y 2001, estuvo sometido a los poderes fácticos y, en particular, a la especulación financiera. Era incompatible con el desarrollo del empresario argentino y con el sostenimiento de los equilibrios macroeconómicos.
Por la otra, la velocidad del desarrollo de las actividades en la frontera del conocimiento y de la consecuente transformación de la estructura productiva. Es, en tales actividades, donde prevalecen los empresarios innovadores, promotores de la inversión, el cambio tecnológico, la creación de empleo a niveles crecientes de productividad, la generación de ventajas competitivas dinámicas y la proyección de la producción doméstica al mercado mundial.
En ese contexto, antiguos protagonistas de la actividad privada pueden ser atraídos a las nuevas actividades, por las perspectivas de rentabilidad.
Cada país tiene el empresario que se merece en virtud de su capacidad de constituir un Estado nacional desarrollista e impulsar la transformación de la estructura productiva.
El análisis histórico revela que la existencia de tal Estado descansa en la fortaleza de la densidad nacional de los países (1). Vale decir, la cohesión social, la impronta nacional de los liderazgos, la estabilidad institucional y el predominio de un pensamiento crítico, defensor de los propios intereses. En nuestro país, la carencia o insuficiencia de estas condiciones fue extremadamente crítica en el período de la hegemonía neoliberal. Esto provocó la inestabilidad del sistema y la creación de condiciones hostiles al empresario argentino.
No hay nada genético, en el ADN del empresario argentino, cuando privilegia la especulación sobre la producción o cede el protagonismo a las filiales de empresas extranjeras, en vez de asumir el liderazgo de la industrialización.
Si se transplantaran al país los empresarios más innovadores del mundo en desarrollo –por ejemplo, los coreanos– al poco tiempo tendrían el mismo comportamiento que los argentinos. Y, como me señaló el vicedecano de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad del Litoral, si estos se radicaran en Corea, se comportarían como los coreanos. El Estado tiene la responsabilidad fundamental de crear los espacios de rentabilidad y el contexto que oriente la iniciativa privada al proceso de transformación. El empresario es, en definitiva, una construcción política. […]

Los desafíos del gobierno
Un país que se propone objetivos nacionales y populares enfrenta el desafío de incorporar al empresario argentino al proceso de crecimiento, con inclusión social. Las pequeñas y medianas empresas son protagonistas fundamentales, por su participación en las cadenas de valor, la generación de empleo, la incorporación de la ciencia y la tecnología y su amplitud territorial y raíces en la sociedad. En numerosas actividades, la revolución tecnológica contemporánea ha eliminado las economías de escala, habilitando a las Pymes a operar con los conocimientos de frontera. Es el caso, por ejemplo, del sector del software, que en los últimos años creció en términos de producción, exportaciones y empleo muy por encima de la media nacional. El indispensable control de las posiciones dominantes de los mayores grupos económicos, en diversos mercados, no excluye su convocatoria a participar en la transformación de la economía.
El Estado tiene una responsabilidad fundamental en la construcción del empresario argentino. Las políticas públicas configuran los espacios de rentabilidad que atraen la inversión, incentivan el cambio técnico y determinan la asignación de los recursos. Si el Estado ejecuta una política neoliberal, se acrecienta la especulación, consolida la estructura preindustrial y, por lo tanto, esteriliza el potencial transformador de la empresa privada.
El Estado debe asegurar la solidez de la macroeconomía y afirmar el convencimiento de que el lugar más rentable y seguro, para invertir el ahorro y desplegar el talento disponible, es Argentina. Es también indispensable la solidez del proyecto nacional de desarrollo, orientado a formar una economía industrial, integrada y abierta, inclusiva de todo el territorio, asentada en una amplia base de recursos naturales e inserta, en el orden mundial, como titular de su propio destino. Sobre estas bases, es necesario mantener un diálogo permanente entre el Estado y la sociedad civil, incluyendo a las organizaciones representativas de los diversos componentes del empresariado. El Congreso es el ámbito natural para el tratamiento político de estas cuestiones fundamentales. No siempre cumple con esa función. Por ejemplo, una de las comisiones principales de la Cámara de Diputados, la de Industria, se reunió una sola vez en 2013.
Las tensiones que genera una política de inspiración nacional y popular y, por lo tanto, transformadora de las relaciones económicas y sociales, genera el riesgo que se malinterprete la naturaleza de los problemas a resolver. Suponer, por ejemplo, que el aumento de precios es consecuencia de maniobras de los especuladores, sin tomar en cuenta la influencia de los desequilibrios macroeconómicos, generados por la propia política económica. Lo mismo sucede con las turbulencias en el mercado de cambios, donde la especulación siempre existe, pero es desestabilizadora sólo cuando la economía real genera insuficiencia de divisas.
La estructura de los mercados y las posiciones dominantes existen con estabilidad, inflación moderada o alta inflación, incluyendo la hiper. Lo que determina el comportamiento de los mismos actores en distintos escenarios, es el contexto macroeconómico determinado por la política económica. Golpes posibles de mercado y pescadores en río revuelto siempre existen, lo importante es evitar que el río esté revuelto. Es indispensable la precisión en el diagnóstico de la causa de los problemas, para evitar confrontaciones innecesarias entre las esferas pública y privada.
La transformación debe proponerse la redistribución progresiva de la riqueza y el ingreso y, al mismo tiempo, atender a las condiciones del desarrollo en una economía de mercado. Es inconcebible la justicia social en el marco del subdesarrollo y la pobreza. Cuando prevalecen desequilibrios macroeconómicos y ausencia de crecimiento, las tensiones distributivas agudizan el conflicto social y pueden culminar en el retorno de las políticas neoliberales.
El desorden es el peor enemigo de las políticas de transformación y los propios errores, más que los obstáculos planteados por los beneficiarios de la vieja estructura, la causa principal de las frustraciones. Cuando los sectores retardatarios tienen capacidad de impedir la transformación, es por la debilidad del campo nacional y/o porque ha fallado la estrategia política de la transformación. […]
En un mundo multipolar, en el cual los mercados se multiplican y se debilita la capacidad de los intereses “céntricos” de organizar las relaciones internacionales, el futuro del empresario argentino descansa esencialmente en la eficacia de la política económica del Estado nacional argentino y su capacidad de generar las sinergias de las esferas privada y pública. Sinergias en la gestión del conocimiento, la generación de empleo de calidad e inclusión social, la movilización de los recursos disponibles, la transformación de la estructura productiva, la integración del territorio y la proyección al mercado internacional.
1. Aldo Ferrer, La densidad nacional, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2004.

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01/09/2014 (1982)        compartir en facebook compartir en twitter compartir en G+ compartir en Whatsapp



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