La crisis del Poder Judicial, el 1F y la participación ciudadana
La crisis del Poder Judicial, el 1F y la participación ciudadana. Ya desde el diseño inquisitivo en la edad media lo judicial ha 
asegurado su alejamiento comunitario a través de procedimientos 
inentendibles para el ciudadano común, sistemas arquitectónicos 
incomprensibles al usuario, un lenguaje tan alejado del idioma español 
que se autobautizó cómo “lenguaje forense”, una duración de los procesos
 que asegura que cuando llega la decisión casi nunca está influída por 
el conflicto inicial y una composición cultural que incluso ha fomentado
 el eje poco democrático de ingresos laborales sólo para la familia 
judicial. En resumen, está claro que hace varios siglos que el sistema 
judicial ha optado por independizarse de la gente. En efecto, la 
garantía republicana de la independencia judicial ha sido mal 
interpretada como desconexión de la gente y, en todo caso, mayor 
cercanía con los factores de poder. Algún día los jueces descubrirán que
 la independencia judicial se nutre de la cercanía de la comunidad que 
es justamente aquello que asegura la posibilidad de mantenerse alejados 
de los factores de poder institucionales y económicos.
El plan 
siempre tuvo éxito, debido a que logró que a la comunidad, al pueblo, a 
los ciudadanos empiece a interesarle menos el funcionamiento de un 
sector del poder institucional que había logrado salir de la escena del 
control popular. Ese es el resabio más lamentable del legado 
inquisitivo: lo judicial como un laberinto oscuro, selectivo, sólo para 
iniciados, altivo y por eso inaccesible al ciudadano de a pie.
Por 
ello, durante mucho tiempo fue casi imposible lograr, incluso en las 
primaveras formalmente democráticas, que lo judicial estuviera en la 
agenda popular. Lograr que la democratización del sistema judicial fuera
 vista por la comunidad como un problema al que enfrentar con urgencia, 
que por fin fuera entendido como una dimensión que afectaba en gran 
medida a la vida cotidiana, siempre fue un desafío con grandes riesgos 
de fracaso.
Por eso la marcha convocada para este 1 de febrero es 
siempre una conmovedora noticia. La crisis judicial es vivida en la piel
 del ciudadano y en las organizaciones de la sociedad civil como un 
problema de primer orden. En una democracia siempre ello es un extremo 
positivo.
Ahora bien, por otro lado, la convocatoria a expresarse en 
contra de la actual crisis judicial, con la pretensión de exponer el 
alejamiento de ciertos sectores del poder judicial de un conjunto de 
parámetros constitucionales y éticos, no podría tener más fundamentos 
que los que ofrece nuestra triste realidad.
Estamos en presencia de 
una corte suprema de justicia que se siente cómoda funcionando con 
cuatro miembros, dos de los cuales aceptaron ser designados a través de 
un decreto del poder ejecutivo nacional violando de este modo el 
procedimiento constitucional y para empeorar el escenario justamente 
esos dos miembros (que los acompaña cierto pecado original en la 
debilidad ética de sus procedimientos de designación) son los que hoy 
ocupan la presidencia y la vicepresidencia del máximo tribunal.
La 
marcha pone luz sobre una corte suprema de justicia que cuando ha sido 
necesario consolidar la situación de los protagonistas más lamentables 
de la peor época del sistema judicial penal en el ámbito federal que 
recuerde la historia democrática ha reaccionado con una selectiva 
velocidad y raro “compromiso” institucional dignos de reproches. Una 
corte suprema de justicia que por razones operativas obvias nos muestra 
del modo más expresivo el escándalo de la delegación de funciones.
Es
 la misma corte suprema que nada ha dicho de la violación al principio 
de inocencia y de libertad durante el proceso de la escandalosa doctrina
 Irurzun por la cual se encarcelaron ilícitamente un conjunto de ex 
funcionarios seleccionados para su destrucción moral y pública solamente
 por razones ideológicas y de aseguramiento de los modelos de exclusión 
social que ellos combatieron (los presos políticos que algunos no han 
querido ver).
La misma corte suprema que con acciones y omisiones 
convalidó un modelo judicial en donde se utilizó prueba ilícitamente 
obtenida, manipulada, y luego blanqueada en los medios de comunicación 
para ocultar los delitos cometidos en la recolección de esa supuesta 
información relevante sobre los hechos denunciados. Un máximo tribunal 
que esta ridícula integración de cuatro miembros coloca en primer plano 
la falta de formación intelectual y profesional de sus miembros en 
relación con las competencias y naturalezas jurídicas de los conflictos 
en los cuales deben intervenir como última palabra del sistema judicial.
Una
 corte suprema de justicia que aparentemente se siente a gusto en el 
marco de una integración absolutamente masculina y que pretende, 
siguiendo uno de los objetivos del Lawfare, definir la tendencia de las 
políticas públicas y los destinos finales del gobierno de los 
argentinos.
Se trata del máximo tribunal que (como ya mencionamos) 
nada dijo mientras durante varios años los argentinos éramos sometidos a
 abuso de la prisión sin condena, pericias fraudulentas, elección del 
juez amigo mediante el forum shopping (ya sea multiplicando 
artificialmente las denuncias sobre el mismo hecho, o con con sorteos 
sospechosos, o mediante el gambeteo de las reglas de conexidad) y el uso
 ilícito de actividades de inteligencia interna.
Es el mismo máximo 
tribunal que no vio nunca nada raro en la coordinación en la misma 
persecución orientada de varios organismos del estado: AFIP/ UIF/ 
Oficina Anticorrupción/ Diputados/ etc.
Una corte suprema a la que 
nunca le sorprendió la coordinación de algún Fiscal con algún Defensor 
Público, que colaboró con la cooptación política de algunas víctimas/ 
querellantes en hechos muy tristes para la historia del país, que hasta 
ahora guarda silencio sobre utilización irregular e ilícita de la figura
 del arrepentido y que observó con pasividad digna de mejores causas 
como agentes formales e informales de inteligencia se infiltraban como 
defensores particulares para orientar las declaraciones de sus 
“defendidos” en perjuicio de la figura política que había que destruir. 
Una cabeza del poder judicial que nunca intervino cuando era evidente 
que estaba frente a procesos en los cuales había acusaciones que no 
definieron el hecho imputado violando la garantía del derecho de 
defensa, o en los cuales se violaba verticalmente a la independencia 
judicial con ordenes de las cámaras a los jueces de primera instancia 
acerca de cómo debían resolver. Que, asimismo, hizo “mutis por el foro”,
 cuando en nuestro país se extorsiónaba a los “arrepentidos” con la 
amenaza de la prisión preventiva, o existía filtración anticipada a los 
medios hegemónicos de información judicial sensible para la generación 
del “clima” favorable al Lawfare. Una corte suprema en definitiva que 
convalidó un país que permitía el funcionamiento de una “Gestapo” 
judicial (para decirlo con las lamentables palabras de un ex ministro). 
Por ello, lo que debe sorprender no es que exista una marcha en reclamo 
de este desastre moral, sino que lo que nos debe llamar la atención es 
que desde algunos sectores haya una crítica tan despiadada a una 
convocatoria a la participación ciudadana. Nos debe llamar la atención 
que se busque atribuir la marcha al oficialismo, faltando a la verdad, o
 que se busque presentar a un acto de participación genuinamente popular
 como un intento de debilitar las instituciones (que paradojalmente 
fueron destruidas en momentos en los cuales se consolidó el espanto que 
acabamos de describir).
Las malas noticias sucedieron estos años, lo que sucederá el 1F es, claramente, una excelente noticia.
* Doctor en Derecho (UBA). Profesor titular de Derecho penal (UBA).  Ex Fiscal General








